martes, 21 de febrero de 2012

Meryl Streep como la primera ministro británica

EL CUENTO DE FANTASMAS DE THATCHER
 
He visto por fin el "biopic" sobre Margaret Thatcher, que tantos pucheros sentimentales está provocando entre el feminismo (quién les iba a decir a las feministas que su relato edificante del tercer milenio no iba a estar escrito por Bibiana Aído, sino por aquella hija de tendero inglesa que las hubiese puesto firmes, muy sargenta: "señoras, estoy harta de sentimientos políticos, menos sentir y más pensar, coño"). La película no es muy buena. Se trataba de hablar de política, no de aparecidos. Porque "La dama de hierro" no es un filme sobre la apasionante ejecutoria como estadista de la Thatcher, sino un ortodoxo cuento de fantasmas: los que se le aparecen a la Thatcher a partir de sus 75 años, por su demencia senil.
La película va sobre que el marido de la primer ministro británica, cuando ésta ha llegado a vieja y aquél ya ha muerto, se le aparece como un espíritu juguetón, un "poltergeist" benéfico que no para de parlotear. Se centra (de eso se han quejado los conservadores británicos) en la decadencia mental de la anciana Thatcher, porque la acomete el Alzheimer. Precisamente: la película se anuncia como que trata sobre la vida de Thatcher cuando en realidad trata de cuando Thatcher "ya no es", ya no está, cuando su cerebro y por tanto su personalidad se han ausentado. El primer espectro de esta, como digo, película de miedo es la propia Thatcher, sombra de sí misma. Seguimos aguardando una película sobre la Thatcher normal.
Es decir, que "La dama de hierro" no es una película que verse sobre la dama de hierro, en absoluto, sino sobre ese personaje indistinguible llamado Alzheimer (los enfermos de Alzheimer pierden su invididualidad: al perder los recuerdos, pasan a ser todos el mismo enfermo). Trata la película tan poco sobre la Thatcher política cuyo modo de gobernar vendría como un guante (de boxeo) para estos tiempos, que yo cuando salía en pantalla la actriz que la incorpora, Meryl Streep, creí estar viendo a mi bisabuela María. Thatcher veía, aún ve porque todavía vive, a su fallecido marido Dennis sentado en todos los sillones "chester" de la casa, persiguiéndola. Mi bisabuela María, a quien tuve el honor de tratar (soy tan mayor que he conocido, en vida, hasta a mis lejanos antepasados), padecía de lo mismo que la baronesa, aunque sólo era una buena mujer de Santomera, Murcia. La ex premier habla con su difunto Dennis como si aún estuviese ahí, como mi bisabuela hablaba con un marido que llevaba muerto setenta años y al que se trajo metido en un ataúd puesto en pie en su compartimento de tren, desde Lérida. Mi bisabuela no era Thatcher, y a la vez sí que lo era. El alzheimer, como el trance de la muerte, nivela. Se aparecen los mismos espectros. Mi bisabuela se plantaba ante mi póster de Patrick Ewing (J.R. en la serie "Dallas") y decía que era indiscutiblemente un caballero porque se quitaba el sombrero texano en su presencia. En efecto, estoy recordando indebidamente lo que ocurrió con mi bisabuela cuando en este artículo se trata de la vida política de Thatcher: exactamente como hace la película, que habla de otras cosas menos de lo que debería. Meryl Streep huele a "oscar", porque en los "oscar" siempre premian la interpretación de un autismo, un retraso o un Alzheimer, no la interpretación de una política superdotada.
Cierto que la película es valiente, quiere tomar una perspectiva distinta, fragmentaria, "dreamy-like". No está conseguida. Los saltos en el tiempo entre imágenes verosímiles y ficción absoluta (la proporcionada por la tardía cementación mental de la biografiada) la convierten en un "porridge" difícil de digerir. Un follón considerable. Yo había ido a ver un filme sobre una mujer fuerte que, como al difunto Fraga, le interesaba mucho el precio de los garbanzos, una mujer que se mete en un espeso mundo de hombres y lo hace mejor que ellos. Y me he encontrado algo a medio camino entre "Paseando a miss Daisy" y "Los otros" de Amenábar, algo entre nostálgico y espiritista en lo que Thatcher inspira compasión. Y Thatcher no hubiese querido que llorásemos.

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